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Bienvenidos a Ecos de la Noche

Descubre la magia literaria

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Descubre nuestra historia

En el corazón de Vallecas, 1996, las noches vibran entre luces de neón, música electrónica y la eterna lucha por encontrar un camino propio.

Rai y su grupo de amigos viven al filo de la adolescencia, atrapados entre la adrenalina de las discotecas clandestinas, los recreativos y las calles que nunca duermen. Mientras algunos buscan una salida, otros se hunden en la violencia, los robos y los sueños rotos de un barrio que no perdona.

Ecos de la Noche es más que una novela: es un viaje a una época donde todo parecía posible, pero también peligroso. Es el sonido de una generación que creció entre el humo de los coches, los pasillos oscuros del instituto y la promesa de un futuro incierto.

Sumérgete en esta historia de juventud, lealtad y supervivencia. Porque en Vallecas, el pasado nunca se queda atrás…

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Primer Capitulo

El inicio

Capítulo 1: Vallecas, 1996

Esta mañana me he despertado con el olor a café que prepara mi madre. Ella lleva toda la vida sacrificándose por nosotros: es ama de casa, buena cocinera y siempre encuentra la forma de estirar lo poco que hay en la nevera. Mientras me visto, escucho el sonido de las tazas que chocan contra la mesa. Es como un ritual: mi madre preparando el desayuno mientras mi padre ya está fuera trabajando. Mi hermano pequeño, por otro lado, todavía está en la cama, ajeno a las preocupaciones que ya me quitan el sueño a mí. A veces me pregunto si él se da cuenta de lo mucho que se preocupa mamá por los dos, o si simplemente disfruta de su inocencia mientras puede.

 

Mi padre, en cambio, es diferente. Trabaja de sol a sol. Es un hombre duro, responsable, y lo que más desea es que yo “haga algo de provecho” en la vida. A veces siento su presión como un puño en la espalda, recordándome que no hay sitio para los sueños en casa cuando la necesidad aprieta. No sé si lo admiro o me pesa su sacrificio constante.

Hoy no tengo muchas ganas de ir al instituto. Sé que me queda poco para terminar, pero dudo si tiene sentido seguir. Además, también me persigue la sombra de la “mili” obligatoria, que no me apetece hacer en absoluto. Con 18 años, siento que mi vida aquí es demasiado repetitiva, como si cada día fuera igual al anterior, sin posibilidad de cambio.

Me asomo a la ventana de mi habitación y veo el barrio de siempre: fachadas grises con manchas de humedad, pintadas viejas y balcones llenos de ropa tendida. La calle ya está despierta. Un gitano toca la guitarra en la esquina, mientras un grupo de chavales fuma porros en la otra acera. El sonido del tráfico, los gritos y algún radiocasete al fondo forman la banda sonora de Vallecas. No sé qué me inquieta más: la policía, que siempre parece sospechar de todos, o la sensación de que aquí nadie está realmente seguro. Yo voy a mi aire, pero el barrio a veces pesa demasiado.

Voy caminando con las manos en los bolsillos, esquivando a los yonquis que suelen encontrarse cerca de la parada del metro. La heroína sigue presente, aunque últimamente se dice que el éxtasis y la cocaína están ganando terreno. La gente se arremolina en los portales, y siento la mirada de algún grupo que no conozco. Aprendí hace tiempo a mantener la cabeza baja y caminar sin meterme en líos. Pero en este barrio, nunca sabes cuándo te puede tocar.

Cuando llego al instituto, entro por la puerta trasera para no cruzarme con el bedel. Sé que llevo faltando varios días, y cada vez que me ve, me cae una bronca. Total, estoy tan cerca de terminar que dudo si compensa seguir yendo. Me aferro a la idea de estudiar informática en el futuro, de dedicarme a algo que me apasione de verdad, como los videojuegos o los ordenadores, y dejar atrás esta sensación de vivir con la soga al cuello.

Pero ese futuro se siente lejano. Por ahora, aquí estoy: 18 años, sin un duro en el bolsillo, viviendo en un barrio donde la droga se mueve en cada esquina y la violencia asoma en cualquier parque. Este es mi mundo. Vallecas, 1996. Y aún no sé si lo amo o lo detesto.

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Capítulo 2: Ecos del Instituto

El instituto al que voy refleja perfectamente el barrio: un lugar lleno de caos, ruido y reglas no escritas. Las paredes están cubiertas de pintadas que parecen competir por contar las historias de quienes pasaron antes por aquí. Es un edificio viejo, con pasillos oscuros y un hall central donde todo el mundo se junta antes de clase. Allí se ve todo: quién está con quién, quién discute, quién intenta pasar desapercibido.

Desde los pisos superiores puedes mirar hacia abajo y observar cómo las dinámicas del barrio se repiten en miniatura: los chavales que fuman porros junto a la puerta principal, los raperos improvisando en un rincón, los punkis discutiendo sobre política, y los pijos que siempre parecen tener tiempo para reír más alto que el resto.

Y luego están las bacalas. Las chicas malas del barrio.

 

Las Bacalas y Nadia

Las bacalas siempre están juntas, ocupando la esquina más visible del patio. Sus risas y comentarios llegan a todas partes, y aunque nadie lo dice en voz alta, todos las observan. Son guapas, seguras de sí mismas, y tienen una forma de andar que parece desafiar al mundo. Sus pantalones ajustados, las camisetas de Bones y las deportivas perfectas hacen que destaquen entre todos.

Entre ellas está Nadia. No es como las demás, pero aún no ha decidido si quiere quedarse o irse. Tiene el pelo negro y brillante que le llega a los hombros con flequillo, Sus ojos oscuros tienen una forma de mirarte que hace que quieras saber qué está pensando, aunque nunca lo diga.

La primera vez que la vi fue en el hall, rodeada de su grupo. Era imposible no fijarse en ella. Aunque las demás hablaban y reían, Nadia permanecía en silencio, con una sonrisa apenas visible que hacía que pareciera estar en otro lugar.

—Rai, deja de mirar y vamos —me dijo Jacobo, tirando de mi brazo.

—No estaba mirando —respondí, aunque él sabía perfectamente que mentía.

 
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